Raíces del cacao: El viaje del xocoatl de México a Italia.
- Eduardo Montoya
- 21 nov
- 2 Min. de lectura
En los mercados del México prehispánico, el cacao era más que un fruto, era una ofrenda, una moneda y una puerta al mundo de los dioses. Los antiguos mexicas lo molían en metate, lo mezclaban con agua, chile y vainilla, y lo batían hasta formar una espuma espesa que llamaban xocoatl, “agua amarga” en náhuatl. Aquella bebida, destinada a los nobles y guerreros, tenía un sabor profundo y terroso. Su preparación era ceremonial pues se ofrecía a los dioses anhelando fertilidad y abundancia, y sus semillas servían como unidad de intercambio en los mercados, donde podían pagarse con ellas desde frutas hasta esclavos. En los códices y relieves, el xocoatl aparece asociado al poder y a la divinidad, reservado para quien merecía honor o protección espiritual. Los mayas, por su parte, lo bebían en rituales matrimoniales y funerarios, convencidos de que el cacao representaba al dios del comercio y el cacao, Ek Chuah.

Tras la conquista, los españoles llevaron consigo las semillas y la receta. En los salones de la corte, el xocoatl fue recibido con curiosidad, su amargor se suavizó con azúcar, su temperatura se templó y, poco a poco, el cacao encontró un nuevo lenguaje en Europa. Desde Sevilla y Madrid, la bebida cruzó fronteras hasta alcanzar Francia e Italia, donde adoptó el carácter propio de cada región.

En Italia, el cacao entró por el norte, a través del Piamonte. En Turín, los artesanos comenzaron a transformarlo en una bebida espesa y perfumada, elaborada con una dedicación casi alquímica. Se tostaban los granos, se molían con precisión y se mezclaban con leche caliente hasta obtener una textura sedosa. En los bares piamonteses, el chocolate se convirtió en excusa para la conversación y el descanso, un pequeño ritual social que pronto conquistó el resto del país. Con el tiempo, el gusto italiano añadió nuevos matices como la canela, vainilla e incluso avellanas tostadas, dando origen al gianduja, una creación que se volvería emblema de la región. En Venecia, los cafés ofrecían chocolate caliente a los viajeros que llegaban del Adriático; en Florencia, los Medici lo sirvieron en banquetes diplomáticos; y en Roma, algunos conventos lo preparaban durante la Cuaresma, considerándolo una bebida que reconfortaba el espíritu sin quebrantar la abstinencia.

Así, el antiguo xocoatl mexicano encontró en Italia una nueva vida, cambió de forma, de sabor y de nombre, pero conservó en cada taza la memoria de su viaje desde las tierras del maíz hasta el corazón de Europa.









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