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Raíces del cacao: El viaje del xocoatl de México a Italia.

En los mercados del México prehispánico, el cacao era más que un fruto, era una ofrenda, una moneda y una puerta al mundo de los dioses. Los antiguos mexicas lo molían en metate, lo mezclaban con agua, chile y vainilla, y lo batían hasta formar una espuma espesa que llamaban xocoatl, “agua amarga” en náhuatl. Aquella bebida, destinada a los nobles y guerreros, tenía un sabor profundo y terroso. Su preparación era ceremonial pues se ofrecía a los dioses anhelando fertilidad y abundancia, y sus semillas servían como unidad de intercambio en los mercados, donde podían pagarse con ellas desde frutas hasta esclavos. En los códices y relieves, el xocoatl aparece asociado al poder y a la divinidad, reservado para quien merecía honor o protección espiritual. Los mayas, por su parte, lo bebían en rituales matrimoniales y funerarios, convencidos de que el cacao representaba al dios del comercio y el cacao, Ek Chuah.


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Tras la conquista, los españoles llevaron consigo las semillas y la receta. En los salones de la corte, el xocoatl fue recibido con curiosidad, su amargor se suavizó con azúcar, su temperatura se templó y, poco a poco, el cacao encontró un nuevo lenguaje en Europa. Desde Sevilla y Madrid, la bebida cruzó fronteras hasta alcanzar Francia e Italia, donde adoptó el carácter propio de cada región.


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En Italia, el cacao entró por el norte, a través del Piamonte. En Turín, los artesanos comenzaron a transformarlo en una bebida espesa y perfumada, elaborada con una dedicación casi alquímica. Se tostaban los granos, se molían con precisión y se mezclaban con leche caliente hasta obtener una textura sedosa. En los bares piamonteses, el chocolate se convirtió en excusa para la conversación y el descanso, un pequeño ritual social que pronto conquistó el resto del país. Con el tiempo, el gusto italiano añadió nuevos matices como la canela, vainilla e incluso avellanas tostadas, dando origen al gianduja, una creación que se volvería emblema de la región. En Venecia, los cafés ofrecían chocolate caliente a los viajeros que llegaban del Adriático; en Florencia, los Medici lo sirvieron en banquetes diplomáticos; y en Roma, algunos conventos lo preparaban durante la Cuaresma, considerándolo una bebida que reconfortaba el espíritu sin quebrantar la abstinencia.


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Así, el antiguo xocoatl mexicano encontró en Italia una nueva vida, cambió de forma, de sabor y de nombre, pero conservó en cada taza la memoria de su viaje desde las tierras del maíz hasta el corazón de Europa.

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